Últimamente parece que estoy muy futbolero. Y me vendría muy bien seguir con ese mundillo para haceros unas reflexiones acerca del trabajo en equipo. Pero hoy vamos a arriesgar. Porque en realidad, si lo piensas bien, todo son equipos: el que formas con tu familia, el que formas con tus amigos, el que formas con tus compañeros… incluso el que formas con los camareros cuando vas a comer a un restaurante. Cada vez que nos relacionamos formamos parte de un equipo.
Y en todos esos equipos se repiten algunos perfiles. Está la persona que lidera el grupo, la que es más amiga de la broma, la que es menos amiga de hablar, la más manitas, la más chapuzas, la más delicada, la más fiestera… y así hasta 7800 millones diferentes, que somos (más o menos) los que habitamos este planeta.
Cada uno cumple su cometido dentro del equipo, pero éste solo funciona si cada una de las partes funcionan. Y ni siquiera me refiero a hacer el mejor trabajo, sino a ser el mejor equipo.
Porque no siempre es posible ganar, pero siempre es posible mantener el espíritu, arrimar el hombro y cuidar al compañero. Y así, pase lo que pase, cada intento es una victoria.
Y en todos esos equipos se repiten algunos perfiles. Está la persona que lidera el grupo, la que es más amiga de la broma, la que es menos amiga de hablar, la más manitas, la más chapuzas, la más delicada, la más fiestera… y así hasta 7800 millones diferentes, que somos (más o menos) los que habitamos este planeta.
Cada uno cumple su cometido dentro del equipo, pero éste solo funciona si cada una de las partes funcionan. Y ni siquiera me refiero a hacer el mejor trabajo, sino a ser el mejor equipo.
Porque no siempre es posible ganar, pero siempre es posible mantener el espíritu, arrimar el hombro y cuidar al compañero. Y así, pase lo que pase, cada intento es una victoria.